El ocaso y la quimera
Ya la noche desciende, vivida bajo su brújula
sagrada,
se transfigura en humo; le llueve un ritmo
de paz.
Ronco, el silencio bruñe su lóbrego
esplendor,
y la neblina me arrebata el rostro de mi
quimera nocturna.
El viento del hombre —tenebroso y ritual—
se arrastra atado a mis brazos,
como buscando, en mí, la huella
de algo que aún late en la sombra.
Una angustia amoratada se desnuda hasta mis
ojos:
un ocaso sostiene su equilibrio
sobre el filo de la miseria suspendida.
Bajo ramas de penumbra,
mi error se abriga y flagela la palestra
donde bullen lenguas de fuego y culpa.
El denuedo finge su sueño:
batalla el otoño con dulzuras que perforan
lo inmóvil.
Y crece, insomne, la ascua que palpita en
mi semblante.
Esa ascua… ¿acaso no soy yo?
Ivette Mendoza Fajardo