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sábado, 10 de marzo de 2018

Levita el cuerpo en su segunda hora

Levita el cuerpo en su segunda hora.
Conoció surcar el abismo, como un eco fulminante
Anduvo errante antes más que nunca,
frente al monorriel de fuego al orar.
Como mujer designó la soledad:
¡Liviandad, rotunda liviandad!
Bien brillosa la coraza desde el fondo,
solo el viento lo arrullaba angelical.
Después visitó la cueva de lo mortal.
Y todo lo que existía ya era cenizas.
El primer ágape se amenizaba bajo candelabros brisas.
El verbo ebrio hablaba entre las rocas
para acabar con la espiga que sembraba el enloquecer
y empezaba en el punto eléctrico que lo ataba al ayer,
al empezar,
trascendió hacia una quimera de nube blanca achicada
tres minutos después al amanecer.
Ivette Mendoza