Me enerva el piélago monologado
Me enerva el piélago monologado, con desquicio de
relámpago
solariego, sarmentosamente pelirrojo,
y el fermento pisoteado de su guadaña me ruge
en la infinitud, ensortijando sigilosa y onírica
efervescencia.
En las mordisqueadas chimeneas moradas del cielo,
la cóncava eternidad va ahumando sus ácronas piruetas.
Nada salpica al astro marsupial su reverberar más
ocre:
ni el estático olvido, asustado en su opresión de otoño,
ni un amanecer llorado vegetal, de cautivo maullido de
candelabro adolescente y su fragua de revoltosa
gestación.
Ivette Mendoza Fajardo