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viernes, 16 de septiembre de 2016

Cascajo milenario



Cascajo milenario.
Siervo que comprende señalado.
Ballesteros nómadas en qué época
cautivan a Cervantes.
Coma rencorosa que ya tiene
fealdad, pero enaltece el fundamento
de mi noble compañía.
¿Quién pierde el orgullo cuando
el novillo es perezoso?
Cima del lagar de las cigüeñas
pasajeras cómo los complazco a
la hora del desayuno.
Damos, dale, doy sonsonete del
ciclo menstrual compuesto con
disgusto y acuesta el pensamiento
pétreo en su doble refunfuño.
Señor diga Ud. bien las cosas no
trate de descifrar la cuadratura
de la tierra. No trate de delinear el
fuego con los dedos cuando solo
es una flor lavanda.
Busco el fulgor de la gema y me
recibe la mano de la penumbra.
Busco la magnitud de la luz y me
seduce el colérico temblor hasta
enterrarme en su grieta pendular.
Busco y busco más que tus labios
y su flexibilidad irresistible.


Ivette Mendoza

Como crepita



Como crepita el pensamiento así está impreso:
como de viento liliáceo que se agrupa en el perfil y la lógica
como la rosa náutica de un cuarzo sin idea ni sentido
como el mecate que cuelga del techo pixeleado de sensatez  
como rotulado de rodilla a rodilla, rótulo del mediodía
como Septiembre vomitando huracanes desde el techo vertical
como la idea serpenteando por su habilidad fúnebre
como la nuez fermentada de la cataléptica zanca del potentado
como calamitosa y con escalofrío culmina en su calvario
las quinientas calorías que consume del ombligo del mundo
es más que de sobra para seguir contando la amplitud de su
movimiento. Entrecejo fluido que ya no era de nadie, ni nada;
como letanía de lenguas abanicadas por el polen lunar y a
todas le da la posibilidad de decir algo entredicho porque a
veces lo acorrala la rendición con un ojo abierto; veinte
ciruelas que tiran balas de guerra; veinte ciruelas que somos
una negra y dulce realidad; y de fuego sentirnos para hacer
el amor.
Ivette Mendoza