Naciendo torcidos, sin estrellas, los marañistas manantiales
Naciendo torcidos, sin estrellas, los
marañistas manantiales
redefinen los alaridos inexplorados y se
aferran
a llorar y llorar, echándose la vaca dentro
de ellos.
¡No aguantaron el ácido! Andan de brinco en
brinco
sobre las espaldas ocultas de la poesía,
metiendo su
cuchara en esa arrechura sólida de existir,
de cuando en cuando, y a la zumba marumba,
en el chancleteado de piropos diminutos,
armados
no de barro, sino de un olvido rehilado a
leche burra—
¡fuego de maracas consumidas, como polvorón
que susurra
sobre los silencios de quien, con un
hartazgo entre los dedos,
emerge desde el fondo de Tiscapa, sombrío
del espíritu!
¿Acaso es la vida un acto de achichiguar
constante,
a pesar del oscuro cacaste de la noche,
como si todo—como si un chapulín de mala
muerte, como si
gavilanes chirizos en llamaradas iluminaran
las encrucijadas
de nuestras almas con nervios de acero?
¡Pero adelante, ah adelante, guacal del
Toro Guaco!
Has puesto allí, lavando mis senderos
desgastados,
los de siempre, los ya transitados con la
morriña del mundo—
¿Hablarán ellos para desenredar camastros
de dolor
en la desmuelada sonrisa de su tormenta
colevaca?
¡Amanecidos ya con goma, con olor a níspero
fermentado,
se hacen los ñoñecos, alegando tener
calentura de pollo!
Ivette Mendoza Fajardo
Con dichos nicaragüenses