La noche aclama la flor de sus reflejos
La noche aclama la flor de sus reflejos,
un lienzo de estrellas cae como siglos de brizna,
en los ojos, el fuego ancestral que sugiere
desde precipicios de un oscuro extravío.
La noche decía: “Nunca es tarde, si la
dicha es buena”.
Flor encarnada que solloza dentro de un
cántaro
de gemidos, ve su dicha con furia en
nochebuena,
desgarrada por el tiempo de dolor eterno.
Dimensión sepulcral de ojos vibrantes, y la
flor
que destella visiones de música que toca a
mitad
del sueño fugaz, con voces enigmáticas de
misterios
en los inviernos de la penumbra, “como de la
noche
al día”, pero “a mal tiempo, buena cara”,
¡Oh, cumbre del mundo por las avenidas
lunares
de mi alma! Quilométrica fosforescencia de
flor
de los reinos azules y blancos, grisácea
elocuencia
en segundos que acomete la realidad
desencarnada.
¿Quién como tú rompe la copa de los deseos
por donde el mundo una vez me vio pasar?
¡Ah, flor de los mil reflejos! Te lloré en
cada instante
de candor desanimado, te sentí púrpura como
un
violín desafinado, olí cada color de tu
simiente
hasta las tramas de sus incógnitas
invisibles…
Ivette Mendoza Fajardo