Las voces me arrastran, como ríos sonantes
Las voces me arrastran, como ríos sonantes
que invocan mi ser,
sin elección, suman sus ritmos errantes por
senderos del
destino ineludible.
Fatal, como la paradójica tonada de la
noche figurativa,
devoro la vida en cada nota del reino
vegetal, sorbo el éter
de mármoles anarquistas, chorreando
fabulosos pájaros intelectuales.
Me desplazo entre sombras melancólicas y
sueños de colosales
angustias sin motivo, sin razón; ¿sin mi
canto,
soy acaso nada dentro del orden lúgubre de
estrellas?
Un eco vacío en el vasto olvido, emancipado
de voluntades golondrinas.
¡El jardín terso de mis versos monologados
adoquina mi pecho!
En los cipreses de sus epopeyas, ante
cadenas vagabundas,
máscara dinámica de melodías, zarandean mi
alma dentro de batallas
oceánicas.
Incapaz de murmurar verdades mundanas,
solo canto, solo puedo cantar, cantar y cantar
dentro de mis auroras boreales.
¡Ah! Me pierdo en la melopea de violetas marchitas;
no hay más palabras.
¡OH Catedral de León que guías mis
sentidos!
Selvas negras grandiosas moldean mi
existencia en su néctar libertario,
en mis huesos abandonados por acordeones
impertérritos.
¿Como se acongoja lo andado, por
leyendas de resonancias y olvidos?
mientras mi flauta, desconocida en su
propia piedra entusiasmada,
canta a ojos cerrados al viento sus
lamentos de antiguas nebulosas.
Desprecio las aguas mundanas a raudales,
triviales y ojerosas,
bajo el peso de lo prosaico y a
regañadientes, doblego bajo la utopía
de mi almohada.
¿Anhelo la quietud de cosas vivientes como
un árbol que sabe sus deberes?
Ivette Mendoza Fajardo