Pestaña de Luz y Sombra
Una pestaña de silencio barroco se desliza simultáneamente,
alada y reflexiva en el costado vibrante de rápidas
cosquillas.
En los primeros parpadeos, ¿no siente también miedo a la
luz? Luego, sonriente,
inocente y esculpida con rostro de versos, ilumina con
fervor
una pegajosa geometría donde se posa en la memoria
cinematográfica de arañas sanadoras.
Asciende por el sol, el rey de debates resonantes,
desvelando adjetivos despreciados;
en el círculo de la noche tibia y densa,
busca una realidad verbosa e insospechada que, desde su
figura monástica, disuelve su indeciso existir.
Pestaña serena, colorida, ¿camina en puntillas hacia qué
sueños?
Hacia el rescate de un frío platino,
constante y auténtica, insólita y recordada, ahora
percibe el vigor amortiguado de las almas que, con su
frescura,
no provocan la oscuridad desdichada del rencor.
Pestaña equilibrada en la era de la perfección, a mil grados
centígrados de su agitación, reclama la perpetuidad
multiplicada
de culpas y en las virtudes del sonido meticuloso que
alberga
en su pecho, como un adorno enrejado en la mancha fluida del
beso,
vacío de penumbras, pronuncia su último discurso de certezas
juradas
en las ranuras sutiles de la intransigencia. ¡Oh, pestañas
que se transforman
desde adentro para renovar su inspiración poética! Pestaña
léxica de sabor único,
¿quién más podría desafiar miedos en la manivela de un beso
tan acusador?
Ivette Mendoza Fajardo