El
atardecer rubicundo y claro
pone
cuerpo, figura desmedida
más
aun con sus sombra nos ampara
porque
juntos se llega al amor
eterno.
En
hora compasiva no hay gemido
asi
descubrimos que en la unión
siempre
estamos llenos de luz y de
pasión
sedientos.
Cuando
andamos en lontananza
o
a ciegas, el corazón quebranta
y
la tristeza empapa nuestras frágiles
riberas.
Ivette Mendoza