El tiempo sideral desova con esmero la blasfemia de los párpados
El tiempo sideral desova con esmero la blasfemia de los
párpados,
la vellosidad de un rocío que deja saber la veracidad
de la existencia,
la majadería pueril de un ángelus encorajinado.
Un vagido más llena la distancia anónima de esta substancia
apesadumbrada.
Hay lejanía visceral en todas las cosas que transitan
por el
colmo retractable,
una alteración tangible con dichos y decires de uñas vertiginosas,
un inédito muslo de integridad marsupial lleno de
encomios,
una raya dadivosa en un círculo de cuencas amanecidas,
a la resequedad taumatúrgica de un abismo que precisa
agrio-azul
a cada momento su más pronto ocaso.
Rondo en el acróstico blindado ante la jaqueca
impensada,
el cefalópodo nupcial barre ya consumada estrella de
sí mismo
nada se puede arengar a tanto exceso de gloria.
Las letras me avientan indecisas al tormento con donaire,
me codifican la amistad de serosidades en la
esclavitud del alma.
Mis ojos se arrastran como tórtolas en lágrimas
desechas de
aprendizajes desempleados.
El mundo del capricho pliega su fluorescencia ambigua,
amengua aún más lo indescriptible de la vida.
Ivette Mendoza Fajardo