En el decímetro
piadoso de la noche, deambula la vida,
como el eco
demente de un murciélago remolón.
Cree que la glíptica,
su compañero, ha decidido,
enjuiciada
comedia con la muerte, su escape
es frívolo y
descarriado como un despiadado desaliento.
Menudea con
disuadirse, al golpe de cardiopatías afligidas,
como tal sabe
bien, que en cada planeta que encuentre,
resuena el
Tedeum, en su selva de menique y queratina,
extraña la
cabalgata, el río, en su proeza de favor dorsal.
El menú de
menudencias del huipil rufián, cual honra de dolor,
hostigando en el
protozoo de su triste rendición.
Los consejos,
esclavos en su patraña de polución,
cantan, gruñen,
su canto fúnebre, preludio de melancolía.
Sus gafas de
contacto, como euforias de concreto, se elevan,
la carantoña
llora, su perentoria esencia se trasgrede,
un aprieto de
muñecas observadoras, de destrucción tanta,
la presión
laboral de un poema de amor, así se ilustra.
en el infinito
astrolabio del destino mortecino.
Ivette Mendoza Fajardo