Pentagramas de la Sombra
Vidrio milanés habita—mi alma perla goyesca, desabrida
—emerge del silencio, ocultándose en los pliegues de la
razón,
una gacela coagulada, suaviza los insomnios,
industrializados.
Nieblas catalanas, un limbo famélico danza con torbellinos
necios,
disfrazando—con recelos—la espera policrómica;
dátiles del descanso dariano, destacados,
deambulan—ociosos—dejando
tras de sí salivas oraculares meditadas.
Recalibrada, mi soledad—codorniz eflorescente repelida,
en sombras se alinea; contornos pulidos a compás
dirigen una sinfonía de emociones ocultas, extintas en
apariencia.
Una gota de reflejo, mercurio en medusas,
un insecto desalado se libera entre sienes sangrantes.
Desde mi esternón, asimilo corales paradisíacos e
intangibles;
el orbe sensitivo, teñido de ámbar, susurra efluvios de
cicuta añeja.
Madonna del deleite ocular en Greenville—estación
subterránea—
notas dispersas como mástiles en naufragio;
mañana, pentagramas hibernados despertarán, gradualmente.
Reflejado en el vidrio, el amanecer transforma todo en
visión esperanzada,
¿Dónde caerá la sinfonía del coral azucarado?
¿Cómo trazarán las medusas, en auroras urbanas,
arquitectas de corrientes, el mapa
de mis reacciones instintivas sobre la almohada al soñar…
cuando las aguas azafranadas, en su viaje hacia el sol
diluviano, se apacigüen?
Ivette Mendoza Fajardo