Una carroza de caballos llevaban los féretros
Que venía de la tierra urbanizada de hierro.
Los visitantes allí amanecían explotados en algún
Estacionamiento de carros y por un segundo
Todo se detenía quedando un olor a carne
Asfixiante y la mirada cicatrizada.
De las chatarras de metal,
Una masa hulosa sigue su intento de volver
A construir una carretera infinita a la que
Para estar conectados también debemos de estar
Al tanto de su historia.
Por el otro lado erigimos pilares de barro demasiado
suave
Por eso cuando sus mares nos golpean somos
Como débiles caracoles que mueren en la orilla.
Son nuestros párpados tan sumisos que a donde
Serpentea la agonía de su luz más ondulamos en ella
No miremos hacia atrás porque su fiebre calenturienta
Nos envuelve en sus aparatosos pliegues
Y acabamos con la espalda derretida.