Reposaba titilante en el estuche
Una lágrima de ámbar
Acompañada con la incoherente soledad,
La brisa hilvanaba sus sendas de cenizas
Entre la ternura y el fastidio.
Déjela que asome su incierta remembranza
Por la ventana de la sonrisa ha de olvidar
Lo que ha sufrido.
Y era simétrico el espejo que la contemplaba
Y era suave la mano que la hacía ascender
Y allí permaneció como una hoguera
Y ya no atendía al llamando de la agonía.
Ivette Mendoza