Las piernas apacibles se reconcilian en pares pero en
una recta sagaz
los dedos son las flechas de Cupido que atraviesan el
corazón de Zeus.
El alma, como una flor que se aproxima al horizonte,
crece, luego
como revivida de un cuento ceniciento fluye en
un legado de promesas de úteros gentiles.
Mi cabello es mi cruz que habita en mi pecho
y mana sangre con dulces consecuencias como
un extraño ritual que me obliga a pensar en ti.
La mano analfabeta, sus claves secretas, no puede
descifrar
pues bien sino lo sabes, ellas escapan de sus ojos
como fugitivas.
Un fantasma huele el cándido tesoro de la ilusión y
danza
con su traje blanco ensartado en una discusión.
La música sigue despierta, alborozada, palpitando e
insatisfecha,
velando por su desdicha, moliendo la paz de
una angustia en vuelo raso y permanente por eso
es que al fin y al cabo, el gran buitre sigue tocando
La Novena Sinfonía de Beethoven; ahora la melodía me
hace
prisionera imprevista de tu amor.
Habría que elegir la luz misántropa de su interior que
era
la melancolía en cada pentagrama eclíptico sobre su
sentido
de humor y que desgarró tanto el espacio como el
tiempo
exhalando así universos de balas esbeltas trazadoras.
O como cuando ellas confunden, deseos, manos, dedos,
torsos, quejas,
música en sus ondas expansivas…
Ivette Mendoza Fajardo
los dedos son las flechas de Cupido que atraviesan el corazón de Zeus.
El alma, como una flor que se aproxima al horizonte, crece, luego
como revivida de un cuento ceniciento fluye en
un legado de promesas de úteros gentiles.
Mi cabello es mi cruz que habita en mi pecho
y mana sangre con dulces consecuencias como
un extraño ritual que me obliga a pensar en ti.
La mano analfabeta, sus claves secretas, no puede descifrar
pues bien sino lo sabes, ellas escapan de sus ojos como fugitivas.
Un fantasma huele el cándido tesoro de la ilusión y danza
con su traje blanco ensartado en una discusión.
La música sigue despierta, alborozada, palpitando e insatisfecha,
velando por su desdicha, moliendo la paz de
una angustia en vuelo raso y permanente por eso
es que al fin y al cabo, el gran buitre sigue tocando
La Novena Sinfonía de Beethoven; ahora la melodía me hace
prisionera imprevista de tu amor.
Habría que elegir la luz misántropa de su interior que era
la melancolía en cada pentagrama eclíptico sobre su sentido
de humor y que desgarró tanto el espacio como el tiempo
exhalando así universos de balas esbeltas trazadoras.
O como cuando ellas confunden, deseos, manos, dedos,
torsos, quejas, música en sus ondas expansivas…
Ivette Mendoza Fajardo