Aquí la noche atrapada en su
martirio parapsicológico,
En su bola de cristal, en su cántaro
roto.
Encumbra a la soberanía del silencio,
Al valle de madera, a pesquisar a los cielos.
Tres golpes del martillo,
clavando, sonando
Para imitar la metálica voz
del espejo.
Los tres pelos del diablo cantando
Las ansiedades de Dios que no
puede expresar.
Más rojo que nunca, más
incinerado que siempre
El diablo es diablo y no puede
cambiar,
Cambia pero nadie puede ver su
cambio
Y su cambio es una paranoia
mimetizada.
Bajo el incesto de la estatua quebrada
La orgía de la teología y su vahído,
balanceándose
Como el agua salpicada de
salpullido,
Como la cólera demencial de
las campanas,
Se balancea, se sigue
balanceando
En los medievales templos del
gallo
En la luxación de sus huesos
de cemento
Y su paranormal puerta
amarilla, la puerta sombría.
Y por los peldaños del calderón,
su última función.
Ivette Mendoza