Abarqué el cetro de todos los
buenos pensamientos
Cuando llovía un silencio sin
fondo e inexplorado.
Viento, pañuelo de los bosques,
cobija del amanecer
cercando las taciturna noches,
que no cesen de hablar.
En las ciénagas de luz repiquetea
lujurioso el tiempo,
le gusta entonar canciones,
delinea el contorno de
tus labios.
Hay fisuras en las bruscas
flores de la duda,
sus pétalos rayados de suaves
oropeles, cuando el aire
vacilante se asoma.
Me enredo en los eslabones de
tu cuerpo,
colgada triste y alegremente como
si no conociera
más que tu sombra.
En mis ojos maduran un sinfín
de crucigramas y
encarnan tus ilusiones en las
mías.
Dentro de la invisible piel del rostro escarlata
se flagela tu sombra, con su vahído
retocado
pudo transcribir su voz, un
palanquín de cedro
se figura pura.
Me visto con la desnudez de
todas las nubes,
sobre ti caigo como una fuerte
lluvia.
Escondida trato de restaurar
la luz atrapada
en su brisa, más vale la
paciencia que todavía
allí se encuentra.
Seguiré andando por los
caminos de la puerta
inequívoca que me incitan a
dormir despierta
voy despojándome de la
herencia del feroz tiempo
y los pabellones de la religión
arcaica.
Yo, en la limpidez de líneas
infinitas
que nacen y se pierden como
puntos armoniosos.
Ivette Mendoza