Estruendos de la lágrima,
espada
por el tercer ojo, luz
amarilla, alucinada.
La vida del corazón, la límpida
razón
en algo busco su mundo
estremecido.
Piruetas de palabras, sobre la
amplitud
de su claridad suenan las
campanas,
nacen espigadas.
Apenas empiezo a descifrar el vínculo
inminente de la maraña
sosegada y el
álamo de la sombra que inventan
el
pensamiento del espectro dueño
de
las noches.
Bienaventurada sea la nieve
oscurecida
que en sus huellas dactilares
lleva
colgada sus mejillas
sonrosadas y hoy
por hoy son labios, mañana
burbujas.
Seguramente mi grito se va
yendo, se
alarga dentro del eco y a ti
te asusta
y te atraganta, nadie soporta
su peso
irremediable, se disuelve
entre las brumas.
¡Oh mundos mudos! Oculta
fuerza de
mares sepultados, En el páramo
gris
que siempre estoy hilando con todos
que siempre estoy hilando con todos
mis sentidos empiezo a ser
rio, empiezo
a ser espuma, a ser el pez radiante
cautivada en tus brazos.
Ivette Mendoza