Inmensos arrozales sacuden sus
ideas.
Una sola mujer cargando la cruz de
Cristo.
Un eco sideral pregonando falsas
esperanzas.
Por dentro columbra la mano del
tigre,
alfombrado de angustias, de penas y
lloro;
cansado va, deshabitado
de colores.
El grito del eco se arrima al ladrón
de la vida.
Se devela su
muslo satinado, se cuelga
a tu castigo, a tu idolatría amada,
a tu alborada;
que despierta, sueña solo su
presente.
Inmensos arrozales sacuden sus
ideas.
Y allí te encuentro, por fin,
confuso, contento.
Ivette Mendoza