Protocolo del sol amaestrado
El silbato produce brincos de euforia
y, en el ruedo, un espectro se materializa;
la maraca de honor —en trance— sincroniza
aplausos hechos con la lengua de la
historia.
La precoz cana del santo rito se articula:
la alegría de las piedras calibra la
destreza,
y los minutos cariñosos, vacío a la
torpeza,
el riesgo esquiva al cuerpo que lo
disimula.
La guacamaya —pecho noble de coraje—
irrumpe contra la generosidad del perico:
llave calurosa, abre puerta sin lenguaje.
Dos bolillos vislumbran un pasillo sin
ornato;
el can entra por ley del abecedario, sin
hocico,
y el sol amaestrado valida el acto con su
dato.
Licuadora del tiempo
Se ha mantecado el sol que comería
el milenio lenguado por sopas amargas
calorías públicas; con quietas descargas
satisface sus fiestas el agonizante día.
Un plato morado llena por la habladuría,
y se descontrola, intoxicado de tiempo
ofreciendo su hipocondría del mediodía
la merienda que lo deja harto y lempo.
Se mueve la vida, licuadora que inquieta
en los viciosos fermentos del miedo,
impositiva mancha por la chaqueta
analfabeta,
y circunspecta migaja que al pensar:
vinagre se queda, latiendo y contaminada.
Derramar su amor sobre la mesa quedaba.
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© 2025 Ivette Urroz.
Ivette Mendoza Fajardo
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