Esta es la rosa del soflamado silencio
Esta es la rosa del soflamado
silencio:
Observar
cómo garabatea el tálamo diásporo imperial
en una masa flotante de
recuerdos.
Observar
bajo el pistilo de libélula saturnina,
cual cariñoso y mudo
idioma del destino
que corona mí cerebro con laureles.
Aspiro el caloroso aliento del plenilunio y
ahí en ligerezas la muerte
enmudece y se desbroza.
Vidente relumbra con el
cuerpo de la espera irredimible,
como un roce de fuego
encantado y divino
mientras vislumbra y se expande en el pico del desierto.
Brisa que amamanta los
segundos de la vertical
eternidad entre voces
solitarias y hermanas.
Canasta irredenta de las
trasformaciones su infantilidad
terrenal es un dios que sueña
en las paredes invencibles
iluminadas de agua
enceguecida entre figuras devorantes.
Soy un caracol inapelable que
llora en el tranvía mortal
de asombros y negaciones; un
manojo de ruegos varicosos,
que engalanada de harapos
defiende un vigoroso
verbo infeliz encolerizado.
Ivette Mendoza Fajardo