Hada madrina, amorosa
Hada madrina, amorosa, hermana,
hecho de menos tu magia
bienhechora,
tu lucero de mares de
paisajes sin dolor,
que al beberte mis esperanzas,
a cambio me regalabas
un festín de aromas que
sacudían el silencio
resignado y derramado de
hierbas silvestres.
Me decías- soy el resplandor
del tiempo- y
el bosque perforaba tus alas
de sueños con
fragmentos de estalactitas y
aliento de
esmeralda, la noche se
inclinaba hacia otra noche
por cada eje índigo llorando
palacios de
luciérnagas para hacerte
compañía.
Mi soledad era una flor
atómica en la tarde azul
que sangraba estrellas para
delirar en las amapolas de
tus ojos con su lenguaje
solitario en círculos de agua.
La primavera era el alma de
la luna que honraba
la certeza de mi consuelo; el
cielo con lágrimas
de armonía se incorporaba a
tu estancia para
mostrarnos el contorno
tridimensional de la vida apacible.
Pero envuelta en tafetán, ¡la
magia todavía permanece!
y hoy es para alumbrar
conciencia, como una rosa
carmesí abierta dentro del
pecho que brotó desde
la voluntad en plenilunio de
un génesis, agonizante de amor.
Ivette Mendoza Fajardo