Los apuñados de alma
Los apuñados de alma, en
leucocitos de
mutuos acuerdos donde yacen
las interrogaciones,
el preámbulo de su placer es
un camello desmotivado de lunas.
Hay congoja en el feudo de
tus manos de retorcida inteligencia.
El pastorcillo universal de
la anemia demanda
un adagio de molestias, pero
ni las pompas de jabón,
ni la xenofobia del sexo a
mitad de su sombra,
contemplan más que esa
réplica de temores legítimos,
los espabila, los espabila,
los espabila.
Él sabe qué el silencio
invernal es una nube donde
nace la tristeza en festones
de ilusión.
Proponen pan y sal de
envejecido suelo en asustado
paraíso y ante los ojos del
bisonte,
su mirada profunda no es un
túnel vacío
de ese ocaso valeroso que lo
censura.
Es la pendiente temerosa de
sus orejas de cautelas.
Fue también por allí que
cabalgó demasiado temprano
para que su deshilachar simbiótico
mediara ruborizadas penas.
Contemplaciones del embrujo
infecundo de esa lentitud,
fanáticos en unión de
alfileres con cinturas hacia el exilio
que, sellan sus hombros a
este bulto de caricias filántropas,
para luego retornar en
castidades poderosas.
Ivette Mendoza Fajardo