Roja la ronca memoria que mi cuerpo absorbe
Roja la ronca memoria que mi
cuerpo absorbe
en este brutal comienzo, definido
con tenacidad
contenida de rabia, o peor
aún perpleja
para siempre, me abarca el
duro signo de la
soledad sobre el laberinto de
mi propio universo y
el ligero tránsito de
bendiciones desde cenizas estallantes
y desdichadas, más el calor amodorrado en los ojos
es su enferma risotada con
sus invictos zumos secretos,
¡En el dolor veteado del mundo!
Todo se amontona en la nuca ofuscada del amor para evocar
su linaje, ella sintió
extenderse y se abre al desamparo
con esa fisonomía cóncava del
miedo donde
se quiebra el tiempo cauteloso en su
fuego sosegado.
¡Hay una cumbre de llanto!
Y la agraviada gula se
despierta asistida de furias,
centímetro a centímetro entre angustiadas promesas volátiles.
El juego de las tinieblas es
un signo funeral que vuelve
a estornudar una y otra vez
para tener suficiente
valor entre las manos.
¿Qué testamento inaugura la
semejanza de un
conjuro redimido de muerte rutinaria?
La voz de la historia de
neutra redondez lunática
con calmada singladura se
escapó por las arterias
fibrosas del silencio.
Ivette Mendoza Fajardo