Iglú de Angustia y Coral Pétreo
Mi intrincada historia cultiva canas
alucinadas,
corta la penumbra, entrelazada en un
vestigio relumbroso.
Recién colocadas, baldosas resentidas
agonizan
en el agobio de su embrujo,
a duras penas, oprimiendo su tráquea
pululante, abrupta.
A menudo, descendientes de la aurora
reniegan
de sus senos insensibles, orbitando
el período ebúrneo que venera el fósforo
imprudente,
aferrado al valor, avivado por el fuego.
El objetivo altanero musita en un andamiaje
amplio,
expandiendo sus territorios fementidos,
más allá de su niebla hiperactiva.
¡Cáspita! Sobre el guisante de la lluvia,
como corroídas concepciones gélidas,
harapos entrometidos danzan
aborreciblemente.
¡El iglú de tu angustia exhala su helada
condena!
Recientes yerros policíacos permutan sus
disfraces cosmográficos,
apretando el dédalo acucioso hacia
nosotros,
como quien busca la rendición amable
de un océano hostigador.
Por dentro, una borrasca censurada se
aproxima, alborozada,
sometiendo al coral pétreo,
que me arrebató la frazada, impresionada,
acrisoladamente.
Ivette Mendoza Fajardo
