Vierto mi desconsuelo entrillado sobre un píxel de choclo,
que hiende la tierra indomable sin quebrar sus quijadas
petacudas.
La expectación cenicienta viste piltrafas con erudición.
El can errático se disuelve en caricias engoladas,
y un gorgojo contrabandista sugiere la purga de recuerdos.
En mi encéfalo transcontinental reposan liturgias infecundas.
Intento ascender a la cúspide peliblanda de un idilio inacabado,
pero mis ruinas se proyectan a través de mi abdomen exultante.
Mi celular resuena y resuena, tango remitido por los serafines
prostéticos de calambres en resucitación.
Un enigmático Narciso me cubre con su timbre cinegético;
ignoro desde qué paraje abonado llora.
Un deleite de té ancla y despedaza, anticipadamente,
mis incertidumbres,
para arquear el brazo a la melancolía con mansedumbre.
Mientras tanto, la barca abúlica de dos décadas
no arribará salitrosamente esta noche al sándwich oscuro,
y esta otra, de casi medio centenario biodinámico,
se dispone a hacerle compañía al hambre de su cabellera.
Ivette Mendoza Fajardo
que hiende la tierra indomable sin quebrar sus quijadas
petacudas.
El can errático se disuelve en caricias engoladas,
y un gorgojo contrabandista sugiere la purga de recuerdos.
Intento ascender a la cúspide peliblanda de un idilio inacabado,
pero mis ruinas se proyectan a través de mi abdomen exultante.
prostéticos de calambres en resucitación.
Un enigmático Narciso me cubre con su timbre cinegético;
ignoro desde qué paraje abonado llora.
mis incertidumbres,
para arquear el brazo a la melancolía con mansedumbre.
no arribará salitrosamente esta noche al sándwich oscuro,
y esta otra, de casi medio centenario biodinámico,
se dispone a hacerle compañía al hambre de su cabellera.