Jaula de los huesos y los días
Todo lo que el alma hace conduce
a la ventana de la luz.
La vida, porcelana frágil y ardiente,
nos nombra —
y ese nombre tiene un aura interna,
brisa de asombro, abismo inmutable—,
para el lienzo de seda que vestiremos
tras la muerte.
Vuelos de aves estelares cruzan el espacio
libre
sobre la materia mínima,
sobre este cuerpo gris que oprime un fotón
que gira sin descanso.
Llamas de átomos, ondas y partículas
nos circundan, aprisionando la jaula
de los huesos y los días.
Olemos el perfume de la muerte
con el corazón gélido, temeroso, aguerrido,
perplejo de culpas y clemencias conmovidas.
La muerte yace en su morada de espigas,
fluye sin las manecillas del tiempo,
fluye en un caudal de distancias ciegas.
¡Ah, pensamiento que nunca cuajó
en su propio vergel, arde en su nido
para renacer de nuevo!
Ivette Mendoza Fajardo