Tejidos del universo
Mientras ahíta el sol del canto y de la
osamenta amortajada,
una vehemencia que nunca concluye asciende
por lo más alto de mi desahogo,
en los días más sagrados de su propio
cielo.
Bajo una lluvia rancia de sangre
centellada,
serenan sus poderíos donde el presente es
apenas
fantasía y creencia peliblanca; los
ensueños,
de cristales y tormento en arcilla,
divinizan los navíos videntes y sus
proyecciones corporales
en los tejidos del universo ondulado.
Después —tras el alba de carne lacerada—,
el alma se eclipsó, pero ya sin quebranto
en las miradas.
Soñé: en los latidos de las vasijas eternas
nació la luz; el oro se deshizo en aspas de
fuego,
y solamente apareció la nada, en la
penumbra
de un océano de pensamientos índigos,
con celestes alas nuevas que brotaban
del manantial astral de las palabras.
Ivette Mendoza Fajardo