La música del origen
Mientras el alma se sumerge
en un océano de átomos, el cuerpo
busca su silencio en el espino abrupto de
la tierra,
como una rosa recién cortada, herida.
 
Puertas que, como un parpadeo, se cierran y
se abren,
con broches de sal o de esmeralda.
¿Quién dibuja nuestras siluetas?
¿Quién domina el destino que tan breve
se labra en la conciencia?
Se hace trizas en el plexo sordomudo,
desde un crisantemo de insomnio
interminable,
donde se tiñen las sombras del antaño.
 
La música del génesis se apaga
o se enciende en el sueño sin esfuerzo:
arpas leves se mueven en ondas de amor,
y, en el rumor de los helechos que
despiertan,
los páramos, entre el gentío,
se visten de misterios, en vestimentas
desechables, pequeñas.
Ivette Mendoza Fajardo