Nace la madrugada en el campo verde
Aclama lluvia en la onda oriflama
Savia ardiente del alma
Sol durmiente y sonriente
Del ojo callado Tropical
Lanzaba sus quejas
A un río de ciruelas romas
Que endulzaba el tiempo de cada
penumbra
Y arrullaba en fatuos dulcísimos
cantares
Piececitos de papel, alba que se
rompe
En besos de seda
Y tras cada encuentro intermitente
La mañana oscurecía los sueños
De unicornios y elfos
De zapatos de charol,
De estómagos vacíos
De hoyos en los pantalones
Y mentiras en caras frescas.
El niño que busca un pedazo de pan,
En una mirada indiferente
Sus manos que tocan
El agua eterna de su inocencia.
Ivette Mendoza