El día se espulga, se
espulgaba, defiriendo
a su atuendo ecosistema, la
montaña de medusa
sobre higuera y torrencial
vacíos de destinos;
El tabardo inmóvil, digamos
fugitivo y bigotón,
chapuzando en los escombros.
Un verdín degradante aquel
que derruyeron allí,
la calma singladura y su lego
taimado tan descalabrado de
clepsidras auroras,
batidas entre sus costillas feudo-albinas,
con miel de espíritu
reacondicionaban el sacro duelo.
Aquel maculado látigo fue
solsticio cobijado de disléxicos
dolores
bajo el sobresalto de la
obsesión.
Juguete de la luz, hastiado,
acorralado en lenguas
apocalípticas,
monomanía de microondas que
contradice los pilares
de las desmesuras,
avizora la carabina los pies
que defenderá
su aerostático plomo; su hígado
de marfil y su rostro hidra,
los verdes labios del titán
los maquilla fibrosamente.
Ivette Mendoza Fajardo
a su atuendo ecosistema, la montaña de medusa
sobre higuera y torrencial vacíos de destinos;
El tabardo inmóvil, digamos
fugitivo y bigotón, chapuzando en los escombros.
Un verdín degradante aquel que derruyeron allí,
la calma singladura y su lego taimado tan descalabrado de
clepsidras auroras,
batidas entre sus costillas feudo-albinas,
con miel de espíritu reacondicionaban el sacro duelo.
Aquel maculado látigo fue solsticio cobijado de disléxicos
dolores
bajo el sobresalto de la obsesión.
Juguete de la luz, hastiado, acorralado en lenguas
apocalípticas,
monomanía de microondas que contradice los pilares
de las desmesuras,
avizora la carabina los pies que defenderá
su aerostático plomo; su hígado de marfil y su rostro hidra,
los verdes labios del titán los maquilla fibrosamente.
Ivette Mendoza Fajardo