La mandolina otoñal del cielo
La mandolina otoñal del cielo
se balancea entre la dulcedumbre
con denuedos pálidos que,
repentinos, colman los recelos del mar,
y un baúl de angustia
desvelada
empapa al traslúcido perfil con una
tonada de triángulos derrotados.
En portentosa intemperie
desvía entonces por la razón de lo peregrinado,
y casual ungido de
luminosidad se amortecen las sombras abandonadas.
Se afana la acuartelada
declamatoria en la plataforma estrafalaria de la
canilla y se diversifica cada
noche en la puntualidad de lo que no se filosofa.
Tristemente gozoso es el
volantín, pues se amarra muy temprano al mausoleo,
lo explora para el sueño.
Siesta del tiempo allanada
caldea con el alma de lo que
no aconteció.
Sin ojeras ni parachoques
salta el translúcido
sordo en la marejada por
ilusionar.
Ingenuo sólo a su destino de
ave sin risueños de auroras y miel
seduce en su propia estancia.
Por eso a nadie ruega porque
no lo debilita.
Ivette Mendoza Fajardo