Amasijo de Teflones Rojos Molidos en la Aventura Renegada
Tórax de árboles mugen dentro de plegarias
sin clamores,
como oscilando en abundantes historias
de inteligencias oscuras nunca vistas, y
acaban
demenciales en el papiro inabarcable del
alba y su dicción.
El cielo del diccionario noble: es un
visionado
silencio de trapecios adormilados, que
juega con mis sentimientos.
La jerga neófita y patogénica matiza
anaranjada entre girándulas
temerarias y los frutos fusilados siguen
ahí en detalles oprimidos.
Los patines soberbios desagradan a los
carniceros
de la riqueza y el tiempo del halcón da
recados
fogosamente a la mancha débil de la
literatura.
En el radiador de las cabriolas, el fangal
cirujano implanta
los ojos tenebrosos del acordeón
libidinoso.
El matamoscas no está en los rasurados
teflones
ni reconcilia el amasijo rojo de la bolsa
glandular,
irritantemente.
Aún más allá,
las carcajadas candeales nadan en el
granizo de mis
huesos.
Si pudiéramos recuperar el semáforo molido
en la aventura renegada,
reconvertirlo en una vida recién llovida de
curvas boreales,
o brincar sobre la aureola de los trópicos y
regresar a su afamada
juventud para su vasta reverencia y
gratitud.
Lavar las ramas de la entretención en la
lengua de las piedras,
alimentarlas frente a la otredad de puntos
cardinales,
disfrazándose de mares con seis piernas que
se miran a un
espejo destilando la esencia pleistocénica
de la fidelidad.
Ivette Mendoza Fajardo
