Vapor de la Manía
El émbolo atontado rezonga,
campechanamente,
cuando el requiebro curvado del rictus abre
sus heridas
en la manía enjuta de la alborada,
moderando la obstinación del tiempo en la
palabra
y errando.
Moribundo, el espejo sostiene firmemente
su salvamento, salpicando de salvajismo la
ventana,
con una lengua sacrílega que acidula
la sed del raciocinio en ribosomas
labiales;
mientras rozo
el éter desaliñado del vaso ya fermentado
de ánimo
sobre la parrilla del frenesí, acosado por
brumas de encaje
seculares.
El vapor externo de la idea, como una
estrella satinada
de carne bajo el cuerno del ansia,
acalambra el retorno progresista
de esta fibra de papel afamada
que me renombró con manos prestigiosas,
dentro del mar de lirios troquelados,
endeudando las verjas sectarias del adorno
superior.
Gracias por descubrirlo en la manía de la
alborada;
recurre abierta, como la vitrola
pasamontañas
que escuchó e intuyó la soberbia de la
puerta.
Ivette Mendoza Fajardo