Ni el colofón mensajero amarillento
Ni el colofón mensajero
amarillento ni la magia más agobiada dentro de natura.
Ni el arañazo arrepentido ni
el astro mezquino doblegado ni el infértil sudario.
Ni la más piadosa madrugada
esperando ni una tarde agitada y moribunda.
Ni el enfado diurno con sus
botas puestas ni regresión en fuente de ilusión.
Ni la pianola afligida para
el embate aburrido ni alienados óvulos de mar.
Ni el ofrecimiento enfurecido
por cinco centavos ni sol con revólver.
No el trastorno en el oleaje
de marañas ni los bolillos en preámbulo.
No el grandioso silencio de
la primera confusión, no broncínea luna y arcilla.
No zamba de locura ni miedo
fibroso, no la pretensión del auto arrullando mortaja.
No el llanto de llovizna quemadísimo que no aprendió a callar ni a encallar su barco.
No puja lo que tiembla, no
daltonismo bañado de luna ni blanco flotando en cosenos
Ni la oscuridad del cielo, ni
rastros que nacen en cualquier parte ni fecunda el anhelo.
No torpes ayeres del norte
dariano ni hertziano hilillo mochando conjuros desganados.
Entender todos los Beethovens y los Picassos resulta abrumante.
Un Mozart que cuida todavía
su solfeo encerrado sereno entre nosotros.
No, ni yo, ni tú ni el Perseo
soñando, ni la ninfa que cruza de pronto el vacío.
No falsificadores majaderos
de crepúsculos, ni a la ingrata odisea ni parábolas niños.
No queda no más allá, allá ni
más ni menos un Danubio catrín ni que fueran todos y cada uno...
Ivette Mendoza Fajardo