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jueves, 29 de septiembre de 2022

Ni el colofón mensajero amarillento

 

Ni el colofón mensajero amarillento ni la magia más agobiada dentro de natura.
Ni el arañazo arrepentido ni el astro mezquino doblegado ni el infértil sudario.
Ni la más piadosa madrugada esperando ni una tarde agitada y moribunda.
Ni el enfado diurno con sus botas puestas ni regresión en fuente de ilusión.
Ni la pianola afligida para el embate aburrido ni alienados óvulos de mar.
Ni el ofrecimiento enfurecido por cinco centavos ni sol con revólver.
No el trastorno en el oleaje de marañas ni los bolillos en preámbulo.
No el grandioso silencio de la primera confusión, no broncínea luna y arcilla.
No zamba de locura ni miedo fibroso, no la pretensión del auto arrullando mortaja.
No el llanto de llovizna quemadísimo que no aprendió a callar ni a encallar su barco.
No puja lo que tiembla, no daltonismo bañado de luna ni blanco flotando en cosenos
Ni la oscuridad del cielo, ni rastros que nacen en cualquier parte ni fecunda el anhelo.
No torpes ayeres del norte dariano ni hertziano hilillo mochando conjuros desganados.
Entender todos los Beethovens y los Picassos resulta abrumante.
Un Mozart que cuida todavía su solfeo encerrado sereno entre nosotros.
No, ni yo, ni tú ni el Perseo soñando, ni la ninfa que cruza de pronto el vacío.
No falsificadores majaderos de crepúsculos, ni a la ingrata odisea ni parábolas niños.
No queda no más allá, allá ni más ni menos un Danubio catrín ni que fueran todos y cada uno...
Ivette Mendoza Fajardo