Reconozco la voluntad del instinto
Reconozco la voluntad del
instinto preciso, voluptuoso a veces caníbal.
A pesar de los pesares la ida agridulce de la melodía ascendió a los cielos.
La gotera del tejado se
deprime desde el atardecer de lluvias vagabundas.
A simple vista las pantorrillas del silencio
aguantan el aislamiento de un día,
enrojecen en la cinematografía
de la inquietud delatora,
a troche y moche crecen acantiladas en los emblemas del ciclo lunar.
Quitándose la venda de los
ojos, la ilustre hiedra de la muerte sostiene su historia.
Dijo el poniente al
favoritismo “Voy a beberle al tiempo las palabras”,
la iniciativa insípida se obsesiona en desaparecerlo del mapa.¡Ay!
La verdad amarillenta canta
victoria en una galopada de sueños.
Una fiesta ceñida cava su
tumba midiendo el cuerno de los claustros
lamentablemente la sombra de
un duende es atrapada con las manos
en la masa en complicidad con
la fábula del letargo.
En un círculo vicioso la oquedad del grito es esa pestaña indomable.
A la metafísica del hambre y de la saliva sus trajes de madera eran
las oscuras cavernas de sus
emociones.
Puño desamparado de espinas
en bandeja lo quiere todo hasta el
firmamento, y es el origen de un
garabato embriagador, su peligro
traspasa las puertas del
desconcierto.
Duele en carne viva, en mí la
pregunta mordaz de los reflejos.
La señora de los truenos en
fila india saca sus pecados
y en olor de santidades se
derraman con el jocoso brillo de su azogue.
Ivette Mendoza Fajardo