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lunes, 8 de septiembre de 2025

Edad de juventud glacial

Soy de juventud glacial, de lentos, errabundos
celajes que se transmutan en horas cautivas de mi bóveda vegetal,
abigarrados de brasas, cual velo convulso en su quimera,
bordado en amatistas, hundido en penumbras.
La luna, con su cuchillo de hielo, me concibe importuna,
y yo cavilo —entre grietas y derrotas desleídas—
que yacen, como arrugas de terciopelo en veladura,
revelando la leyenda que me devora e inunda.
 
Atravesé mi gesto soberano, apenas grave,
rozando dalias vacilantes, cuyo hálito herido
sangraba en la obediencia frágil de su corola.
Vi tus cabellos: súbita lágrima inefable, expirada;
te apresé, y en tu cuerpo —leve poesía sin laureles—
se destiló en mí, exhalando su pachulí,
como azahares hundidos en el resquicio de su gloria.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 7 de septiembre de 2025

Ceniza de sándalo agraciado

A cuánto guiño de párpados el cielo me reprende,
oh humor mortal… frágil, hechizado.
Me encojo en la fiebre de mi propio empeño,
me hielo cuando la farsa estalla,
me hielo otra vez, como si fuera nueva.
 
Me asusto si el cetro del lamento me acongoja,
si la rienda se dobla y me consiente,
si el teclado me sujeta en su rigor:
días y noches —tan hoscos—
con ceniza en la frente, arcilla de mis días.
 
Mas sólo guardo sombra para el sueño.
Ni al picaporte.
Ni al pulso insolente.
Ni a la herida… ni al sándalo agraciado.
 
Y, sin embargo, me defiende mi quimera incierta:
el gesto de mis mareas celestes, desmayadas,
me embriaga de clemencia,
y en ese naufragio —renazco—
como luz que se disuelve y regresa devuelta en mí.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 5 de septiembre de 2025

Horas del Zodiaco

Vuelvo a las horas del Zodiaco,
me deslizo como claridad en carne.
Me atraviesa lo eléctrico de huesos turbados
que cualquier figura,
llevo la tela del rocío impregnada de quietud.
 
El júbilo es un extracto de vacío, dispuesto a quebrarse
como vidas tardías, como pulsaciones.
Ya vencida en esta conciencia
un dedo secreto y soñoliento
se hunde en mi brisa ingrávida.
 
Agito el pedazo de follaje que se trenza en mi boca,
la mordida de un ayer indómito.
La clemencia no toca a los contornos helados y menos aún
a quienes nunca aprendieron a extinguir la llama.
 
Inicia Septiembre y el vértigo no perdona:
arena extraviada,
el guiño de párpado de libra arremetió en mi esternón,
y la narración quedó inclinada, sin fuerza,
abierta en mis pupilas
a la mitad del umbral.
Ivette Mendoza Fajardo



Nudo y cordillera

Siento el nudo de vapor encenderse
sobre mi sala vacía,
mi memoria se escapa
tragándose los bordes de las cosas,
mientras la tarde se derrama
como un suspiro roto sobre mis sienes.
 
silencio que araña mi entraña.
 
escucho golpes lejanos,
mi madera no cede,
mi café frío en vigilia
mi mesa hundida en sombras.
 
veo la chispa saltar entre mis dedos,
la bruma quedarse en mi garganta,
mi cordillera respirando dentro de mí.
 
polvo agudo, sin custodia
el
anillo torcido de un dios.
Ivette Mendoza Fajardo
 
Estaciones dormidas
 
Siento el borde contorsionado,
de rama que se cuela
en mi corazón frutecido.
 
Hora desierta,
lejanía del mundo.
Guardo un abrigo secreto,
callo lo que rompe bajo la lengua.
Abrazo que no termina.
Ato estaciones dormidas,
equilibrios sin miedo
apretujados en mis manos.
 
Sueño quebrado
dentro de un círculo cerrado.
Tropel de insectos.
Luna que me atraviesa
y abre lo bravío en mi carne.
 
Aquí permanezco frente al arrullo
de la vertiente,
descifrando el misterio de mí misma.
Las articulaciones del ocaso
palpan mis ropajes vacíos.
Un semblante ajeno
se hunde en la efervescencia,
sin despedida.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 4 de septiembre de 2025

En la intemperie académica

Anochecida recorro las ruinas de la fragua antigua.
La noche golpea mi carne con su prosa seca.
Llevo siglos diluyendo el juguete de mi tristeza,
maravillosa entre pájaros mínimos.
 
Pastoreo mariposas del fulgor mental
cargadas de semillas heroicas.
La polea intuye mi paso:
no es heráldica, ni un girasol ciego.
 
El cenicero es un ruiseñor que se sabe bello
en la eternidad sangrada,
en la risa de la garúa del trueno,
en el confín.
 
Se resquebraja la incógnita de mis pasos;
el tiempo tras el cristal queda resentido.
No es el cabello sagrado de la pregunta salvaje.
 
Mi ataúd es un puente de hojarasca sonora.
A mitad del sueño, mi maúllo retrocede
en la oquedad del pasto.
 
Al nombrar los pliegues de dolor,
mis esqueletos se alzan, fabulosos,
a lucirse en la intemperie académica.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 3 de septiembre de 2025

Estandarte sin resplandor

Abrir los ojos es caer en humo leve,
vasija temeraria que nadie alcanza.
Nada ocurre aún,
hasta que despiertan las aves negras,
hasta que trazan la mueca del mundo.
 
Sombras heladas —inmortales—
no vibren en lo hondo:
aquí se quiebra la piedra del nadie,
y una cifra nos ciñe en la enredadera.
 
Amado mío, grábame en tu secreto,
para no suplicar en el cálculo del dolor.
Toma mi frente,
sumérgela en la llama que me aprieta,
donde el silencio responde,
donde me disuelvo,
y el fuego consume mi reflejo.
 
¡Oh cielo!, elévame sin resplandor
en tu estandarte.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 2 de septiembre de 2025

Horizontes de hielo

Horizontes de hielo por tu ausencia,
y dentro de mí un verano secreto arde en pleno día.
Las paredes antiguas muestran sus grietas,
tantas voces quedaron aferradas a la cal.
 
La luz que dejas tras de ti, se disuelve en la esquina,
mi mirada tropieza con un reflejo tuyo,
un destello que se escapa entre los adoquines.
 
Te mueves como humo entre la tarde,
y pienso que tal vez podría tocar tu fuga,
esa fuerza invisible que sostiene tu calma
y deja temblando mis horas.
 
Me resguardo en estas calles caídas del cielo,
imagino tus besos despiertos en algún borde del tejado,
y esta mano se escurre por tu pecho: sin regreso en mi sentir.
Tu aliento me devuelve un soplo de júbilo,
derribando la frontera entre tu cuerpo y mi deseo.
 
Extraviado mi silencio entre puentes desiertos,
la ciudad se abre como herida.
Y mientras tu corbata guarda más preguntas que respuestas,
yo permanezco sin un lugar donde caer,
prisionera de tu presencia ausente.
Ivette Mendoza Fajardo



Aguijones en la piel

Hay un enjambre de diptongos que late cada ciclo,
y una miel de ceniza mancha el alma.
Perseo, intuías la fractura de cada abeja en mi pecho:
solo al hallar la otra cara de la vida en otro panal
me reconcilio conmigo.
¿Por qué, Eurípides, zumba esa condena?
Si la lluvia vuelve a fecundar,
solo el aroma solar de su cuerpo me sostendrá.
¿Cómo revolotear el tiempo viscoso?
 
Un instante de calma me da un segundo nacimiento;
déjame beber pólenes húmedos en el bosque.
Aún queda fulgor en la colmena,
y la miel respira resignada.
 
No logro destilar dulzura;
un zumbido de hiel repercute en mis sienes.
Canción de aire, ¿me rondas?
Te deseo, te miro, pero no te encuentro,
contemplar el almíbar de mi casa
en semana santa:
que el deleite quiebre mis sentidos.
“...no te dejo ni sol ni sombra...”
Subías a mi paladar cuando era niña,
y una sabihonda abeja nos juntaba.
Echo de menos aquel verde campo,
aguijones prendidos en la piel.
Ivette Mendoza Fajardo 



lunes, 1 de septiembre de 2025

Itinerario de sudor

Rectangular en la bisagra de los platinos, así decía mi abuelo,
el riel viene a su encuentro: gravito en sus sueños
y me dejo llevar por el vértigo que empuja.
El eje del tranvía me juzga apasionada, a buen recaudo,
y los cigüeñales —viejos, matriarcales—
me señalan rutas que no elegí.
 
Gorjeo entre pernos y correas que alucinan
su orden, y obedezco no por mandato,
sino por el peso familiar de su empuje.
Andamios flexibles se acercan, silenciosos,
rozando el nylon opaco de las ruedas gastadas,
que sin promesa me guían por este itinerario de sudor.
 
En el chasis del alba adolescente,
las tuercas ajustan su armadura hacia lo trimestral,
y mi marcha se aligera con un ritmo
que me nace desde el corazón: trémulo, casi frágil.
No hay furia abierta ni gleba en este viaje a Vancouver,
solo el golpe seco de la manija al descender
por la leva de mis muslos metálicos, mirándome al espejo,
vibra en mí un instinto temerario y esmirriado,
como un pájaro atrapado en una tubería.
 
Tal vez en la distancia, desde las palancas,
algún huraño interrumpe al compresor herido,
mientras el chasis circula, cautivo,
y yo me dejo doblar por la vibración donde todo me somete.
Ivette Mendoza Fajardo