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sábado, 27 de septiembre de 2025

Madrugada clandestina

La vida, en mi breve narración, dialoga
sobre pilares de lucientes apetitos.
El bisturí del miedo besa mis momentos hondos,
corta las ramas de mi desliz desfallecido,
como mancha en el chasquido de mis suspiros,
franqueando mis instantes sin opulencia.
 
Un deseo se fragmenta, ampuloso;
ovación en el nudo de mi garganta.
Vuelo cinético de brújulas matemáticas,
el deletreado cielo desnuda sus voces
de estrellas, contradiciendo la distancia
entre mi nostalgia y el florecimiento de mi alba.
 
En la caverna de mi fisonomía silvestre, el arte
me otorga el salvoconducto embalsamado de mi sensatez.
En mi plática sorda divido la nada de mi esfinge taciturna
y mis heridas incandescentes: hierro híbrido,
madrugado y clandestino.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 26 de septiembre de 2025

Zarzal en la soledad

Con la caridad ojerosa de la oropéndola,
recaudo recelo en el tabaco de austera verdad
que entuba la convivencia en el pataleo desencantado.
Frecuento las migajas y despunto
con acentos obsesivos,
como espasmos oprimidos celebrando tanta soledad,
como coca cola picoteando la inverosímil yerbabuena,
preparándome para el abandono.
 
Soy zarzal de batalla ovalada, con cuerpo de utopías,
machaco mil cosas cotidianas en la lumbre.
Soy, al fin y al cabo, la tonada de pájaros en vigilias,
peregrino, solitario títere dictando prosas,
coloreo los momentos inmortales
en la cola de un gorrión sobre la tierra conmovida:
tiempos de cenizas y fotografías orgánicas
de ardua modestia.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 25 de septiembre de 2025

El fardo impaciente

Mi oficio es el fardo impaciente,
y mi paso: cargar la charla de la vena ardiente.
Busco el ruido enhiesto que apenas marca las horas
para ganar el peso de su luz.
 
Me empujan en este péndulo que hincha desde sus cadenas,
donde solo hay un muelle desencajado,
elástico, periódico, porfiado.
“Cambia de frasco”, me han dicho.
 
Pero unos cuantos bufan en cascabel del torbellino.
En mí se humecta la arboleda,
bajo esta delicada fuerza que, embriagada, oprime,
bajo este movimiento que su pena cuelga en un jardín
que inventa la inocencia de ser bulto dando palos de ciego.
 
Ah, si interviniera el arrabal ojituerto:
mi fardo queda abierto, la orilla que tuvo vida,
sin barrotes y sin hiel evaporada de prisa en mis pupilas,
sin claustro arrodillado. ¿Cuánto dolor llevo?
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 24 de septiembre de 2025

Soplos interplanetarios

Mi dorado anhelo fue escalar pedestales de cegador estruendo,
por pasadizos donde el manzano sangra versos en la yema.
Si tu costumbre era tocar las bisagras famélicas,
que abren y cierran el revoloteo de una generosidad torácica,
¡qué bien, qué bien!
 
¿A dónde vences ahora, con tus moralejas de meriendas,
fugándose de la otra vida en esta carne pretensiosa?
¿Fingías el selfi táctico de otras realidades?
¿Dónde nos atraviesa, andante, el valeroso tábano del deseo?
 
¿Y qué dice la oruga a los bolillos personificados,
que tamborean, tamborean los pasos brumosos de las verdades idas?
¿Qué es traspasar la misericordia de los vientos?
 
Oh, caos del hielo, ven, conoce los gestos de la página dudosa;
mueve el planeta innovador en los caracoles del futuro,
olvida la catástrofe de mis ojos interrogados,
junto al lanceolado borde del poro profético.
 
Soplos interplanetarios de mi sueño, última trinchera,
de la camisa sin cuernos que hoy manufactura
el embrollo aterrador de un augurio
que se descompone, se descompone en la lengua.
Ivette Mendoza Fajardo



La Alfombra de los Espectros

Se hunden mis apretones disfrazados de bostezo.
Irrepetible vuelta avizora la mente de mi suerte.
Bolsillos cansados de diamantes maltratan las brasas
donde se aferra un pétalo de mi congoja,
barranco truncado por rojos cetros de melancolía sonatina.
 
Noches eternas sobreviví abrazos de epitafio lloviznado,
llorado en invención de huella bruja.
Batalla de sollozos tercos vence mi verso con dolor
y se alimenta del intelecto de esqueletos.
 
¿Dónde está mi sitio dentro de risas que se burlan
del legado de reflejos esclavos?
Mi inquietud también se mortifica en el coraje banal
de tu alfombra risueña de espectros.
 
Rebelde sepulcro de la llave, tu crueldad esconde
mis cuatro extremidades de hombre-rana
sumergido en un infinito molecular.
En alarido de hembras de dulzura siniestra
me rimo alborozada a la justicia de las letras,
en las trampas de la palabra.
 
Aquí el soslayo se estremece,
y su terrón de azúcar es mi reino.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 22 de septiembre de 2025

Andrajos de la noche

Ensangrentada escalinata del suelo feroz,
observo su lágrima embravecida que no regresará,
mientras empapa las colchas que duelen en el bastón
angustiado de las esquinas.
 
Un jirón de razón irrumpe
entre andrajos de olvido,
como plumas desgastadas de materia
flotando desde mi memoria hacia la noche.
 
Noche en que enumero deseos:
mi lengua de laurel lame el fuego de la esperanza,
persigo el paso tembloroso de la quimera,
una nostalgia que nace de la austeridad de su
abandono y su llanto.
 
Así, se cierra la palabra en sus devaneos
bajo la inmensidad
de este mundo anidado en aguacero.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 20 de septiembre de 2025

Conciencia del oleaje

Mis manos evidentemente se enturbian
con un agitado humo cauteloso…
 
Me persiguen pájaros marinos
para rasgar memorias en la orilla,
mientras el sueño aturdido de la espuma
me abandona sin prisa,
con la sal infinita del oleaje:
 
mi soledad despierta es un sable encapotado que
escapa a la balanza enloquecida de la garganta,
inepta ante la fosforescencia —y no tiene más que hablar—
cuando la pena se enciende bajo el lucero
de la madrugada.
¡En las ondulaciones de este mar,
yo, cansada de arrastrar nostalgias!
 
Luego, un sol salva y justifica,
desnudo y empecinado,
rasga la fábula errante, fluido en el desvarío;
y mi boca exhausta se retira a parir
algas con signos mojados.
 
No hallo sed que rompa el tiempo,
ni espacio que se apague
con el rumor en la conciencia de la luna…
Ivette Mendoza Fajardo 



miércoles, 17 de septiembre de 2025

Timón de glorioso encanto

Timón de glorioso encanto y silencios en tregua
viene a quebrar
la marea opaca.
El faro ávido del sosiego
arde despechado en mi vértigo,
con un semblante hueco y salobre.
 
Bajo el airado navío y la bruma sin proa
ni popa,
zozobran mis deseos en truenos de campanas náuticas.
Mis espectros de hierro enojado
recorren vueltas sin forma,
mientras gaviotas y vigilias palpitan en aguas sin decoro.
En mis costados, rompebrújulas me hieren
los calendarios que desprenden clamores.
 
Nado para descifrar, en el oleaje que mira en celo,
ese tono incierto
del que soy apenas sombra, un mar desconsolado
y ancla convulsa que se bambolea dentro de mí.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 10 de septiembre de 2025

Confines de neones azules

Yo, que me nombro cautiverio encendido,
camino erguida en presencia fortuita,
y guardo en mí la sombra de neón encantado
de tus labios, relámpago extraviado.
 
Yo, que en mi culpa hallé descargas polvorientas,
doblegué al mundo en mi propia batalla;
mis ojos —fuego, desvelo eléctrico—
fueron lámparas heridas en la fuga.
 
Yo he brillado en lechos de lavas de entusiasmos,
he dejado caer mi gesto vacío, paseando recuerdos
hasta rozar al halcón de la materia,
siguiendo el pulso febril de tu aurora.
 
Soy caricia de hierro encariñado,
soy diamante estremecido en la sombra de Dante,
soy tiempo incierto que se enciende en tus huellas.
Y mis ansias de vivir se renuevan, en tu cuerpo,
como un río de confines azules que invade mi alma.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 8 de septiembre de 2025

Edad de juventud glacial

Soy de juventud glacial, de lentos, errabundos
celajes que se transmutan en horas cautivas de mi bóveda vegetal,
abigarrados de brasas, cual velo convulso en su quimera,
bordado en amatistas, hundido en penumbras.
La luna, con su cuchillo de hielo, me concibe importuna,
y yo cavilo —entre grietas y derrotas desleídas—
que yacen, como arrugas de terciopelo en veladura,
revelando la leyenda que me devora e inunda.
 
Atravesé mi gesto soberano, apenas grave,
rozando dalias vacilantes, cuyo hálito herido
sangraba en la obediencia frágil de su corola.
Vi tus cabellos: súbita lágrima inefable, expirada;
te apresé, y en tu cuerpo —leve poesía sin laureles—
se destiló en mí, exhalando su pachulí,
como azahares hundidos en el resquicio de su gloria.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 7 de septiembre de 2025

Ceniza de sándalo agraciado

A cuánto guiño de párpados el cielo me reprende,
oh humor mortal… frágil, hechizado.
Me encojo en la fiebre de mi propio empeño,
me hielo cuando la farsa estalla,
me hielo otra vez, como si fuera nueva.
 
Me asusto si el cetro del lamento me acongoja,
si la rienda se dobla y me consiente,
si el teclado me sujeta en su rigor:
días y noches —tan hoscos—
con ceniza en la frente, arcilla de mis días.
 
Mas sólo guardo sombra para el sueño.
Ni al picaporte.
Ni al pulso insolente.
Ni a la herida… ni al sándalo agraciado.
 
Y, sin embargo, me defiende mi quimera incierta:
el gesto de mis mareas celestes, desmayadas,
me embriaga de clemencia,
y en ese naufragio —renazco—
como luz que se disuelve y regresa devuelta en mí.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 5 de septiembre de 2025

Horas del Zodiaco

Vuelvo a las horas del Zodiaco,
me deslizo como claridad en carne.
Me atraviesa lo eléctrico de huesos turbados
que cualquier figura,
llevo la tela del rocío impregnada de quietud.
 
El júbilo es un extracto de vacío, dispuesto a quebrarse
como vidas tardías, como pulsaciones.
Ya vencida en esta conciencia
un dedo secreto y soñoliento
se hunde en mi brisa ingrávida.
 
Agito el pedazo de follaje que se trenza en mi boca,
la mordida de un ayer indómito.
La clemencia no toca a los contornos helados y menos aún
a quienes nunca aprendieron a extinguir la llama.
 
Inicia Septiembre y el vértigo no perdona:
arena extraviada,
el guiño de párpado de libra arremetió en mi esternón,
y la narración quedó inclinada, sin fuerza,
abierta en mis pupilas
a la mitad del umbral.
Ivette Mendoza Fajardo



Nudo y cordillera

Siento el nudo de vapor encenderse
sobre mi sala vacía,
mi memoria se escapa
tragándose los bordes de las cosas,
mientras la tarde se derrama
como un suspiro roto sobre mis sienes.
 
silencio que araña mi entraña.
 
escucho golpes lejanos,
mi madera no cede,
mi café frío en vigilia
mi mesa hundida en sombras.
 
veo la chispa saltar entre mis dedos,
la bruma quedarse en mi garganta,
mi cordillera respirando dentro de mí.
 
polvo agudo, sin custodia
el
anillo torcido de un dios.
Ivette Mendoza Fajardo
 
Estaciones dormidas
 
Siento el borde contorsionado,
de rama que se cuela
en mi corazón frutecido.
 
Hora desierta,
lejanía del mundo.
Guardo un abrigo secreto,
callo lo que rompe bajo la lengua.
Abrazo que no termina.
Ato estaciones dormidas,
equilibrios sin miedo
apretujados en mis manos.
 
Sueño quebrado
dentro de un círculo cerrado.
Tropel de insectos.
Luna que me atraviesa
y abre lo bravío en mi carne.
 
Aquí permanezco frente al arrullo
de la vertiente,
descifrando el misterio de mí misma.
Las articulaciones del ocaso
palpan mis ropajes vacíos.
Un semblante ajeno
se hunde en la efervescencia,
sin despedida.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 4 de septiembre de 2025

En la intemperie académica

Anochecida recorro las ruinas de la fragua antigua.
La noche golpea mi carne con su prosa seca.
Llevo siglos diluyendo el juguete de mi tristeza,
maravillosa entre pájaros mínimos.
 
Pastoreo mariposas del fulgor mental
cargadas de semillas heroicas.
La polea intuye mi paso:
no es heráldica, ni un girasol ciego.
 
El cenicero es un ruiseñor que se sabe bello
en la eternidad sangrada,
en la risa de la garúa del trueno,
en el confín.
 
Se resquebraja la incógnita de mis pasos;
el tiempo tras el cristal queda resentido.
No es el cabello sagrado de la pregunta salvaje.
 
Mi ataúd es un puente de hojarasca sonora.
A mitad del sueño, mi maúllo retrocede
en la oquedad del pasto.
 
Al nombrar los pliegues de dolor,
mis esqueletos se alzan, fabulosos,
a lucirse en la intemperie académica.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 3 de septiembre de 2025

Estandarte sin resplandor

Abrir los ojos es caer en humo leve,
vasija temeraria que nadie alcanza.
Nada ocurre aún,
hasta que despiertan las aves negras,
hasta que trazan la mueca del mundo.
 
Sombras heladas —inmortales—
no vibren en lo hondo:
aquí se quiebra la piedra del nadie,
y una cifra nos ciñe en la enredadera.
 
Amado mío, grábame en tu secreto,
para no suplicar en el cálculo del dolor.
Toma mi frente,
sumérgela en la llama que me aprieta,
donde el silencio responde,
donde me disuelvo,
y el fuego consume mi reflejo.
 
¡Oh cielo!, elévame sin resplandor
en tu estandarte.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 2 de septiembre de 2025

Horizontes de hielo

Horizontes de hielo por tu ausencia,
y dentro de mí un verano secreto arde en pleno día.
Las paredes antiguas muestran sus grietas,
tantas voces quedaron aferradas a la cal.
 
La luz que dejas tras de ti, se disuelve en la esquina,
mi mirada tropieza con un reflejo tuyo,
un destello que se escapa entre los adoquines.
 
Te mueves como humo entre la tarde,
y pienso que tal vez podría tocar tu fuga,
esa fuerza invisible que sostiene tu calma
y deja temblando mis horas.
 
Me resguardo en estas calles caídas del cielo,
imagino tus besos despiertos en algún borde del tejado,
y esta mano se escurre por tu pecho: sin regreso en mi sentir.
Tu aliento me devuelve un soplo de júbilo,
derribando la frontera entre tu cuerpo y mi deseo.
 
Extraviado mi silencio entre puentes desiertos,
la ciudad se abre como herida.
Y mientras tu corbata guarda más preguntas que respuestas,
yo permanezco sin un lugar donde caer,
prisionera de tu presencia ausente.
Ivette Mendoza Fajardo



Aguijones en la piel

Hay un enjambre de diptongos que late cada ciclo,
y una miel de ceniza mancha el alma.
Perseo, intuías la fractura de cada abeja en mi pecho:
solo al hallar la otra cara de la vida en otro panal
me reconcilio conmigo.
¿Por qué, Eurípides, zumba esa condena?
Si la lluvia vuelve a fecundar,
solo el aroma solar de su cuerpo me sostendrá.
¿Cómo revolotear el tiempo viscoso?
 
Un instante de calma me da un segundo nacimiento;
déjame beber pólenes húmedos en el bosque.
Aún queda fulgor en la colmena,
y la miel respira resignada.
 
No logro destilar dulzura;
un zumbido de hiel repercute en mis sienes.
Canción de aire, ¿me rondas?
Te deseo, te miro, pero no te encuentro,
contemplar el almíbar de mi casa
en semana santa:
que el deleite quiebre mis sentidos.
“...no te dejo ni sol ni sombra...”
Subías a mi paladar cuando era niña,
y una sabihonda abeja nos juntaba.
Echo de menos aquel verde campo,
aguijones prendidos en la piel.
Ivette Mendoza Fajardo 



lunes, 1 de septiembre de 2025

Itinerario de sudor

Rectangular en la bisagra de los platinos, así decía mi abuelo,
el riel viene a su encuentro: gravito en sus sueños
y me dejo llevar por el vértigo que empuja.
El eje del tranvía me juzga apasionada, a buen recaudo,
y los cigüeñales —viejos, matriarcales—
me señalan rutas que no elegí.
 
Gorjeo entre pernos y correas que alucinan
su orden, y obedezco no por mandato,
sino por el peso familiar de su empuje.
Andamios flexibles se acercan, silenciosos,
rozando el nylon opaco de las ruedas gastadas,
que sin promesa me guían por este itinerario de sudor.
 
En el chasis del alba adolescente,
las tuercas ajustan su armadura hacia lo trimestral,
y mi marcha se aligera con un ritmo
que me nace desde el corazón: trémulo, casi frágil.
No hay furia abierta ni gleba en este viaje a Vancouver,
solo el golpe seco de la manija al descender
por la leva de mis muslos metálicos, mirándome al espejo,
vibra en mí un instinto temerario y esmirriado,
como un pájaro atrapado en una tubería.
 
Tal vez en la distancia, desde las palancas,
algún huraño interrumpe al compresor herido,
mientras el chasis circula, cautivo,
y yo me dejo doblar por la vibración donde todo me somete.
Ivette Mendoza Fajardo