Itinerario de sudor
Rectangular en la bisagra de los platinos,
así decía mi abuelo,
el riel viene a su encuentro: gravito en
sus sueños
y me dejo llevar por el vértigo que empuja.
El eje del tranvía me juzga apasionada, a
buen recaudo,
y los cigüeñales —viejos, matriarcales—
me señalan rutas que no elegí.
Gorjeo entre pernos y correas que alucinan
su orden, y obedezco no por mandato,
sino por el peso familiar de su empuje.
Andamios flexibles se acercan, silenciosos,
rozando el nylon opaco de las ruedas
gastadas,
que sin promesa me guían por este
itinerario de sudor.
En el chasis del alba adolescente,
las tuercas ajustan su armadura hacia lo
trimestral,
y mi marcha se aligera con un ritmo
que me nace desde el corazón: trémulo, casi
frágil.
No hay furia abierta ni gleba en este viaje
a Vancouver,
solo el golpe seco de la manija al
descender
por la leva de mis muslos metálicos,
mirándome al espejo,
vibra en mí un instinto temerario y
esmirriado,
como un pájaro atrapado en una tubería.
Tal vez en la distancia, desde las
palancas,
algún huraño interrumpe al compresor
herido,
mientras el chasis circula, cautivo,
y yo me dejo doblar por la vibración donde
todo me somete.
Ivette Mendoza Fajardo
