Las oropéndolas picotean la ventana.
Escarban melancolías en mi pecho sonoro.
En la vereda descamada me rasguña
la mácula del humo.
Sus calices se dispersan lentamente.
El céfiro erosiona bordes torcidos.
La penumbra del anhelo es casi música en el
alma.
Y en todo el patio la quietud guarda
astillas de hierro.
Dentro de mí parpadea un ala, como la magia
de mi niñez.
Instante suspendido de un amanecer:
zumbando en mis sienes,
crepúsculos de vida desgastada que nadie
puede sujetar.
Todo reposa en claridad rendida: muros,
dinteles, aldabas,
la mesa, la lámpara, la cortina. Luces que
hablan sin palabras.
La azotea y el suelo tan sinceros con sus
ojos abiertos.
Todo permanece bajo la claridad de la
mañana.
En sus melodías permanezco. Me libera un
sol de blanca sangre.
Atravieso atardeceres entreabiertos: el día
es un viaje en la emoción.
¡Oh nidos que deambulan inmortales!
Pequeños fragmentos de conciencia.
Soy el caminante que derrama miel de fuego
en
el corazón de la hojarasca,
colándose como aire entre la hendidura de
las hojas.
Ivette Mendoza Fajardo
Escarban melancolías en mi pecho sonoro.
En la vereda descamada me rasguña
la mácula del humo.
Sus calices se dispersan lentamente.
El céfiro erosiona bordes torcidos.
La penumbra del anhelo es casi música en el alma.
Y en todo el patio la quietud guarda astillas de hierro.
Dentro de mí parpadea un ala, como la magia de mi niñez.
Instante suspendido de un amanecer: zumbando en mis sienes,
crepúsculos de vida desgastada que nadie puede sujetar.
Todo reposa en claridad rendida: muros, dinteles, aldabas,
la mesa, la lámpara, la cortina. Luces que hablan sin palabras.
La azotea y el suelo tan sinceros con sus ojos abiertos.
Todo permanece bajo la claridad de la mañana.
En sus melodías permanezco. Me libera un sol de blanca sangre.
Atravieso atardeceres entreabiertos: el día es un viaje en la emoción.
¡Oh nidos que deambulan inmortales!
Pequeños fragmentos de conciencia.
Soy el caminante que derrama miel de fuego en
el corazón de la hojarasca,
colándose como aire entre la hendidura de las hojas.
Ivette Mendoza Fajardo