Ramaje encendido
Si tu voz no me alcanza por el ramaje
encendido,
se disuelve el instante en la arena de mi
sangre;
te miro como un faro que flaquea sobre una
daga
de esplendor, y me extravío en la niebla de
la espuma.
La sed de tu pupila presurosa llora en la
quietud,
en el desierto que a diario me consume; una
mácula
me late la garganta por tu vida entera,
por la esfinge del mar, sedienta de la
lluvia que se esfuma.
No me retires tu cauce ni tus palabras,
no te encierres en la piedra desvelada que
vacila,
ni en la fiebre del estruendo que me
erosiona;
mis árboles se quiebran sin rocío.
Deja que los manantiales de tu centro,
minúsculos universos con su música lenta,
resuciten mi campo en el estío.
Ivette Mendoza Fajardo