La polea del silencio
Desde la polea del silencio, la noche anuda
la llama zarandeada por un piano oscuro
que toca la ventana solitaria
con la paciencia crepuscular en su pulso
aletargado.
Es un texto de sombra que pide el fuego,
una maravilla intacta devorada,
una fisonomía reanimada de sol.
Su acento es desvelo en semáforos del
cielo,
claustros serenos como mapas errados,
y una calle sinfín que se transparenta,
dormida como la mañana centellante que
guardo.
A usted, palabra desahuciada,
llovida de niebla y fe,
le entrego las horas que se deshacen
en el cansancio de mis venas.
Ivette Mendoza Fajardo