El fardo impaciente
Mi oficio es el fardo impaciente,
y mi paso: cargar la charla de la vena
ardiente.
Busco el ruido enhiesto que apenas marca
las horas
para ganar el peso de su luz.
Me empujan en este péndulo que hincha desde
sus cadenas,
donde solo hay un muelle desencajado,
elástico, periódico, porfiado.
“Cambia de frasco”, me han dicho.
Pero unos cuantos bufan en cascabel del
torbellino.
En mí se humecta la arboleda,
bajo esta delicada fuerza que, embriagada,
oprime,
bajo este movimiento que su pena cuelga en
un jardín
que inventa la inocencia de ser bulto dando
palos de ciego.
Ah, si interviniera el arrabal ojituerto:
mi fardo queda abierto, la orilla que tuvo
vida,
sin barrotes y sin hiel evaporada de prisa
en mis pupilas,
sin claustro arrodillado. ¿Cuánto dolor
llevo?
Ivette Mendoza Fajardo