Horas del Zodiaco
Vuelvo a las horas del Zodiaco,
me deslizo como claridad en carne.
Me atraviesa lo eléctrico de huesos
turbados
que cualquier figura,
llevo la tela del rocío impregnada de
quietud.
El júbilo es un extracto de vacío,
dispuesto a quebrarse
como vidas tardías, como pulsaciones.
Ya vencida en esta conciencia
un dedo secreto y soñoliento
se hunde en mi brisa ingrávida.
Agito el pedazo de follaje que se trenza en
mi boca,
la mordida de un ayer indómito.
La clemencia no toca a los contornos
helados y menos aún
a quienes nunca aprendieron a extinguir la llama.
Inicia Septiembre y el vértigo no perdona:
arena extraviada,
el guiño de párpado de libra arremetió en
mi esternón,
y la narración quedó inclinada, sin fuerza,
abierta en mis pupilas
a la mitad del umbral.
Ivette Mendoza Fajardo