Discurren los destellos que guardan el dorso del infinito
Discurren
los destellos que guardan el dorso del infinito y el hollín de las vidrieras.
Allí por donde permanece el poderío diatónico de la soledad mastodóntica
desaborida. Entre el género acusador, la pistola sin calibre y el callejón del
alivio, son hoy derrumbes de cometas amordazados por sus propios gritos. El
descubrimiento martirizante de las almas que agitan mi aliento para escribir curriculum
taquillero, empuja fuertemente para hacer rodar tu biografía cuentista.
Discurren los destellos, volverán al todopoderoso del vacío inasequible hacia
la percepción de la lámpara de neón. ¡Oh cómo es que suena el rumor de un ángel
flacucho que miró sus pies impresos en el muro de Jericó! Quebrándose los
dientes suplicó piedad y aprendió el concepto de los viajes futurísticos. Me
coloco en la luminaria de la titánica tribulación robótica. El que se enfila de
primero siempre será el último macho larva ducha de la vida sideral lamiendo la
pectina del olvido. Ay amor mío embébete dentro de tu nieve diacrítica hasta
abusar tus labios, déjemelos que sangren o que se liberan en su duodécimo
reflejo. Yo habré destilado el cuerpo de mi espíritu...
Ivette Mendoza Fajardo