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domingo, 8 de noviembre de 2020

Los caballitos del diablo

 

Por si acaso, los caballitos del diablo acostumbrados al mundo viviente conminaban al fulgor hormonal de la hosquedad para sufrir y sufrir sufrimiento isobárico de mea culpa. En el lagrimal, habilidosos aún de momificarse en un tanto de momentos nacionales osificaban en la pedregosas y malolientes jaulas de tan enigmáticas metamorfosis. Estrechamiento de caderas y cinturas petrificadas en tachónela. Ansiosos de porfiar y de ganar alcanzaron a parir mutabilidades de huesos amorosos, de deleites, de espiritualidad, de espolones y batallas, de mermas y botines, de todo aquello unidos por más tiempo de soledad y exilio y carburación de placer y reír por una vida no enriquecida ad libitum. Con una mano de hierro, la máscara a la deriva en carne viva y codiciosa destila las penurias obsesivas indefinibles que al flacucho cucurucho lo engranan de todas las decisiones y todos los panales de los hechos. Una maldición casi obsesiva de cinematografía y expoliación ajustada a la maniobra del cuerpo celeste y geométrico un maniático centauro que por la alabanza revisa los rediseños primigenios de las pulpas sin máculas a la ferocidad del tiempo que desbasta ya piedra dorada, piedra llorada, piedra orada piedra estéril de la carne, carne estéril de la piedra carne piedra que salto para darte a ti el fuego de mi abrazo y no llegar...
Ivette Mendoza Fajardo