El canto de la botella amanecido
El canto de
la botella amanecido en el cuerpo de los barrotes.
Su contoneo
de boscaje en la estría del vinagre, ya retoñan.
Las mansiones
de escarcha perecen siempre en un aceite sensual
y el metal
alucinante araña con la aguja de la desesperanza.
Las siluetas
de los lobos se exilian en tu metacarpo blando.
Los liliputienses
alados siembran sus volcanes de pupilas congeladas.
En palacio apocalíptico
debaten todas las almas expectantes.
Se estrechan
las sílfides en los buzones del televisor púbico.
Una
impresora imperceptible es mi idioma extranjero, un origen que vela.
El círculo
de tierra dicotiledónea se desboca en su forma más asfixiante.
Y un
calendario inveterado de los alegres enrolla encomios al invierno
se
engrandecen, destronados en las sienes, el cráneo y sus ingeniosidades.
Ivette Mendoza Fajardo