Pues ya en la pereza, se despluma tambor
Pues ya en
la pereza, se despluma tambor al
contar tu
marcha sobado de duendes; rumbo
a los polos
voy añejada de mandarina que arruinó
mi siesta del
insano juicio de la clavícula naciente;
tos eminente
bajo el paragua temporal de sus convulsiones
de terciopelo;
renglones irresponsables manejan ebrios
elencos de
cataratas con bocas abiertas; víspera de
piedra azul
en preludio de adolescencia; cenotes de
luz
mortecina óyelos revolcarse en ingles de reposo
que así se
pelea una manera de penar; suave cera
de dedos caídos
y amnesia permanente y mestiza
aquí permanece
quieta según yo quién habrá de
fingir; yo
he sido alma nada más que la eternidad
me pide que
salga a cabalgar como Don Quijote
de la
Mancha; seguimos todavía sin parar por la
cadena del
perro que a calor se deshace sobre
el lomo de
la hormiga; atajo por este camino
que se
etiqueta en la taquigrafía de su marquesina
patuleca después
busca su redondel como cobarde
que muere más
de una vez; mientras la resaca del
viento
permanece en su vomito de filamentos sedados,
la
encrucijada de mi ausencia comienza a vivir
a su manera
tan solo feliz con el gato con botas;
galgos
tragaluces pueden verme dentro de este
armario
llorar la noche más arrebujada; a través
de las cosas
va el vaho de mi fisonomía para
morir tan
siquiera al revés.
Ivette Mendoza Fajardo