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jueves, 29 de abril de 2021

La niebla era una quietud habitada de mocedades

 

La niebla era una quietud habitada de mocedades.
Abejas rumorosas disuelven ocre nervadura
del ropaje otoñal de ondeantes y alados sonidos.
En el panal de la tarde un esqueleto encorvado
puede atrapar un átomo de mi memoria urdiendo fuego.
Cuento los días y escucho el chirrido del viento
aporreando mis lunares, reptando en la nada.
Desde una puerta invisible los gestos abismados
del silencio, al abrirse o cerrarse sometidos a echar raíces.
Tirito por las manos arrastrando mis ojos en los andenes.
Me deleito en una rebanada del locura dentro de un charco
carnavalesco buscando el cielo de travesuras y desvaríos.
Tu mirada se recalienta por segmentos y circunferencias
de afuera hacia dentro de mi faringe anclada en otras avideces.
Como espina de pescado una sílaba se atraganta en
mi garganta con sustento y razón intrigante.
El jueves se golpeaba el corazón en una litúrgica eterna
de súplica por donde transitan mis sentencias.
Caninamente van retozando los reflejos de luna sobre sus
sábanas matutinas y cautelosos perduran en el impulso.
Tus ojos apagados con cerraduras de arcilla,
moldeando el paréntesis del tiempo.
Ivette Mendoza Fajardo