Duermo sobre el vértigo de la madrugada
Duermo sobre el vértigo de la madrugada,
y luego cuelgo del ancla de mis plegarias
en un día donde agoniza el pecado de mi
inocencia,
entreteniéndome así en tu incertidumbre.
Voy consumida en la pausa del escarmiento,
desde hace cinco mil años; pero hoy,
transito
por el semáforo casual del tiempo, y su
añoranza
sembrada de voz divina es el agua que baña
a todo aquel de poca fe.
¡Insinuación imprevista de mis huesos
apolillados!
Afina la paciencia con sus ojos dormidos;
afina
totalmente en una aurora eterna como el
vendaval
descorazonado a la hora séptima del dolor,
dentro del magnetismo del arrullo.
¿Acaso eres el halo de la presteza que,
cuando reclama
Minerva, ya no duermes al anochecer?
“Damos en el blanco,” pero también
sembramos una duda
en la razón del escalofrío para engañar a
la muerte,
para engañar a la muerte, para luego cazar
luces desde
las penumbras.
Ivette Mendoza Fajardo
(Ivette Urroz)