Todo se condensa en un chiflido observador
Todo se condensa en un chiflido observador
de un instante fugaz, observando
el precipicio de los sueños serenos y
audaces.
Silbo libremente, incluso cuando
el frío cacofónico del invierno
no cesa de murmurar como una chachalaca
incansable.
Visualizo el eco de innumerables voces
emanando de un alfiler, portador de grandes
mensajes,
cuyo recorrido por los senderos de la
palabra
oscila entre el placer y el sufrimiento.
Contemplo la roca, que ha perdido su voz,
aquejada de una ardiente afonía, y en su
rubor enfermizo, se libera un frío pícaro
desde la cima del viajero locuaz.
"¿Qué ves?", le pregunté.
Y le dije:
"No ves que intento escribir
coherentemente
y nada surge de mi mente;
todo lo que llega es una fuerza impetuosa
que me permite ver todo vívidamente,
con rastros, trazos y metáforas intrincadas
que la gente no logra comprender."
Un chiflido observador me ayuda a conectar,
de manera coherente e inocente,
aunque parezca demente.
Y en los sueños—esos lúcidos fantasmas que
me acechan noche tras noche—
solo veo un puente hacia otro mundo,
donde realmente, la opinión de los demás
me es indiferente, yo seguiré llevando el
mensaje que hay vida más allá de nuestros
cuerpos terrenales. La piedra incrédula se
tiró una
carcajada colosal.
Y me contestó: “No sueñes porque aquí nadie
te va
a creer” ¡Y seguí soñando!
Ivette Mendoza Fajardo